Como buen habitante del sur, siempre he preferido el verano sobre el invierno. Prefería el bañador antes que el abrigo. En mi cabeza, el verano ideal solo podía existir en el Mediterráneo. En los maravillosos pueblos de la Costa Blanca, en las calas de Baleares o en los masificados paseos marítimos de Andalucía. Todos mis esquemas se rompieron al llegar a Galicia.
Parece mentira que esté hablando de esto en pleno diciembre, pero es justamente cuando pierdes algo (o cuando llevas tiempo sin verlo) cuando más te da por añorarlo. Eso que aquí llaman morriña y que según esta gente, los alquimistas de esta palabra, solo se puede utilizar cuando echas de menos Galicia
La primera diferencia que notas cuando vienes a pasar el verano a Galicia (más si bienes del sur como yo) es la autenticidad. Aquí las playas y el verano no se amoldan al turismo, sino a revés. Si quieres venir a Galicia en verano tienes que soportar el mal genio que tiene esta mágica tierra. Que no te extrañen los días de playa arruinados por una tormenta. O el agua congelada al que no te vas a poder meter ni aunque quieras. Prepárate para andar y andar para llegar a los mejores sitios, pues cuanto más esfuerzo gasta uno en llegar a un lugar, más bonito le acaba pareciendo.
Además, todo aquí sabe mejor. Esta tierra sabe de carnes, de pescados y mariscos, de vinos y de cerveza. Y es que no hace falta mirar al cielo para encontrar Estrellas.
Llevo intentando hablar sobre el verano en Galicia todo el día, recordando momentos plasmados en fotografías. Fotografías donde se veía el mar y casualmente ninguna de ellas en verano. Igual de lo que quería hablar hoy realmente no era del verano, si no del mar, con el que he tenido una relación bastante distante hasta que llegué aquí, donde empecé a conectar con él. Donde empecé a darle un sentido más allá de ser un sitio donde bañarse cuando hace calor, rodeado de manchas de crema solar.
Todas aquellas cosas que leía en las poesías y en los libros se comenzaron a hacer realidad. Te das cuenta de que el mar te habla, te susurra, te expresa su estado de ánimo. A veces se enfurece y te pide distancia. Otras se calma y te anima a fundirte en él.
Es una sensación que creo que solo puedes sentir cuando te enfrentas cara a cara con un gran océano como es el Atlántico. Es una sensación que nunca quiero olvidar. Igual que tampoco me quiero olvidar de Galicia y ni de sus playas y ni de su mar y ni de… ¡Ah claro! Y ni de su verano tampoco.