Cada vez que empiezo un nuevo cuaderno me asalta siempre la misma inquietud. ¿Qué será lo primero que escribiré en él? Tengo miedo de que no sea lo suficientemente bueno. Miedo de que aquellas primeras páginas me recuerden que no lo pensé lo suficientemente bien. Siempre tengo miedo de que cualquier cosa que empiece no sea lo suficientemente buena. Empezar algo tiene esa mezcla de excitación, recelo, ilusión y nerviosismo que tan vivos nos hace sentir. No lo hacemos por lo que digan los demás, hay que ser algo ingenuo como para pensar que se puede cambiar el status quo de las cosas a cambio de la simple aprobación social. Se necesita algo más, se necesita un poco de locura. La misma que se necesita para comprarse un cuaderno caro en pleno siglo XXI, con tantos aparatos tecnológicos que nos permiten escribir y re-escribir. Donde equivocarse no tiene ningún coste más allá que pulsar la tecla de retroceso unas cuantas veces. Y puede que sea por eso por lo que he vuelto a la libreta y el bolígrafo. Porque nos hace pensar más antes de escribir cada palabra. Porque las equivocaciones dejan una mancha en el papel al igual que nuestros errores en la vida real dejan marcas. Marcas que nos ayudan a no volver a cometerlos, que no se pueden eliminar tan fácilmente, que nos permiten mantenernos con los pies en la tierra. Que nos recuerdan que somos humanos y que errare humanum est.
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